Editor en La Ecuación Digital. Consultor de Innovación y Estrategia…
Mientras la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, sus crecientes demandas energéticas están complicando aún más la lucha contra el cambio climático. A pesar de las promesas de revolucionar el sector energético, las cifras muestran que la IA podría estar contribuyendo más al problema que a su solución.
Recientemente, Sam Altman, CEO de OpenAI, escribió que las capacidades emergentes de la inteligencia artificial inaugurarán una nueva Era de la Inteligencia . Según Altman, esta era traerá prosperidad y logros como la solución al cambio climático. No obstante, este optimismo parece ignorar una realidad más compleja. Uno de los aspectos más preocupantes de su postura es que considera irrelevante el alto consumo energético de la IA, argumentando que en el futuro la energía limpia será abundante.
Los desafíos energéticos de la IA
Este razonamiento omite el impacto inmediato de la IA en las infraestructuras energéticas actuales. El uso intensivo de esta tecnología está impulsando propuestas para la construcción de nuevas plantas de gas natural, y grandes empresas tecnológicas se están alejando de sus compromisos de sostenibilidad debido a la creciente demanda de energía para entrenar y ejecutar modelos de IA.
Todos los datos indican que las necesidades energéticas seguirán creciendo mientras el mundo intenta adaptar sus sistemas energéticos para cubrir la demanda de tecnologías bajas en carbono, como vehículos eléctricos y la producción de hidrógeno verde. Un ejemplo revelador es que Altman se reunió con funcionarios de la Casa Blanca para abogar por la creación de grandes centros de datos, los cuales podrían requerir la misma cantidad de energía que cinco reactores nucleares.
Si bien los avances tecnológicos, como los que permite la IA, pueden tener un impacto positivo, es importante recordar que durante décadas se ha exagerado el alcance de lo que la inteligencia artificial puede lograr. En el pasado, se prometió que la IA resolvería problemas como el descubrimiento de medicamentos revolucionarios, la superinteligencia o incluso la eliminación de la necesidad de trabajar. Aunque la tecnología ha avanzado, estos logros no han llegado, y hay motivos para ser escépticos sobre afirmaciones similares en relación al cambio climático.
¿Qué puede hacer realmente la IA?
Es cierto que la IA tiene el potencial de contribuir a mitigar algunos efectos del cambio climático. Hoy en día, se utiliza para gestionar redes eléctricas de manera más eficiente, ayudar a extinguir incendios forestales con mayor rapidez o descubrir materiales que podrían mejorar las baterías y los paneles solares. Sin embargo, estos avances, aunque significativos, son solo incrementales.
Imaginemos, por un momento, que la IA logra un avance energético revolucionario, como encontrar una forma de hacer viable la fusión nuclear, una tecnología en la que el propio Altman ha invertido. Esto sería un gran avance. No obstante, la tecnología por sí sola no es suficiente para resolver el problema del cambio climático.
Ya disponemos de tecnologías limpias como la energía solar, eólica y nuclear para descarbonizar la producción de energía. A pesar de esto, en la economía más grande del mundo, los combustibles fósiles aún generan el 60% de la electricidad. El problema no es tanto la falta de innovación tecnológica como los obstáculos regulatorios y de infraestructura. Como menciona Zeke Hausfather, científico climático de Berkeley Earth, «mientras permitamos que los combustibles fósiles usen la atmósfera como vertedero sin coste, la energía limpia no podrá competir en igualdad de condiciones». Para cumplir los objetivos climáticos, son necesarias políticas que incentiven o fuercen el cambio hacia prácticas más limpias.
Los retos del cambio climático no son solo técnicos
Aunque es cierto que aún quedan desafíos tecnológicos por resolver, como el desarrollo de fertilizantes limpios o la descarbonización del transporte aéreo, los mayores obstáculos para enfrentar el cambio climático son la inercia económica y social. La economía global está estructurada en torno a los combustibles fósiles, y reemplazar trillones de dólares en infraestructuras como plantas de energía, fábricas y vehículos con alternativas limpias es una tarea monumental.
La IA no resolverá estos problemas por sí sola, simplemente generando nuevas ideas. Para transformar cada sector industrial a la velocidad necesaria, son indispensables políticas climáticas más agresivas que incentiven el cambio, incluso cuando estas enfrenten resistencia económica, política o cultural.
El fenómeno conocido como NIMBY («Not In My Backyard», es decir, «no en mi patio trasero») ilustra uno de estos obstáculos. Aunque muchas personas apoyan en teoría la energía limpia, a menudo se oponen a la instalación de grandes infraestructuras cerca de sus comunidades. No hay algoritmo de IA que pueda resolver esta clase de conflictos.
En definitiva, aunque la IA puede desempeñar un papel en la lucha contra el cambio climático, confiar en ella como una solución única es peligroso. Afirmar que una sola tecnología—en este caso, desarrollada por la empresa de Altman—resolverá por sí sola un problema tan complejo es, en el mejor de los casos, una visión demasiado optimista y, en el peor, una distracción de las verdaderas acciones necesarias.
El único hecho innegable sobre la IA en el contexto actual es que está contribuyendo a complicar aún más el desafío climático. La lucha contra el cambio climático no se ganará solo con avances tecnológicos, sino también con decisiones políticas difíciles y cambios estructurales en la economía global.